Un sultán decidió hacer un viaje en barco con algunos de sus mejores cortesanos. Se embarcaron en el puerto de Dubái y zarparon. Entretanto, en cuanto el navío se alejó de tierra, uno de los súbditos, que jamás había visto el mar y había pasado la mayor parte de su vida en las montañas, comenzó a tener un ataque de pánico. Sentado en la bodega de la nave, lloraba, gritaba y se negaba a comer o a dormir. Todos procuraban calmarlo, diciéndole que el viaje no era peligroso, pero las palabras no lo calmaban. El sultán no sabía qué hacer, y el hermoso viaje se transformó en un tormento. Pasaron dos días sin que nadie pudiese dormir con los gritos del hombre. El sultán ya estaba a punto de devolverse cuando uno de sus ministros, conocido por su sabiduría, se le aproximó: -Si su alteza me da permiso, yo conseguiré calmarlo. Sin dudar un instante, el sultán se lo permitió. El sabio entonces pidió que tirasen al hombre al mar y así lo hicieron. El cortesano comenz...