Demóstenes
El joven Demóstenes soñaba con ser un gran orador, sin embargo esto parecía una locura desde todo punto de vista. Su trabajo era humilde, y de extenuantes horas a la intemperie. No tenía el dinero para pagar a sus maestros, y no tenía ningún tipo de conocimientos. Además tenía otra gran limitación: Era tartamudo. Demóstenes sabía que la persistencia y la tenacidad hacen milagros y, cultivando estas virtudes, pudo asistir a los discursos de los oradores y filósofos más prominentes de la época. Ansioso por empezar, no perdió tiempo en preparar su primer discurso. Su entusiasmo duro poco: La presentación fue un desastre. A la tercera frase fue interrumpido por los gritos de protesta de la audiencia: Las burlas acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de Demóstenes, quien se retiró sin siquiera terminar su discurso. Fueron muchos los que le aconsejaron –y muchos otros los que lo humillaron- para que desistiera de tan absurdo propósito. Pero en vez de sentirse desanimado, Demóstenes tom