UN CANTO HERMOSO

Treinta hombres, con los ojos inyectados en sangre y despeinados, estaban de pie ante un juez del tribunal de la policía de San Francisco. Eran parte del grupo de borrachos y revoltosos, que a diario se presentaban ante el juez. Unos eran ancianos y endurecidos, mientras que otros dejaban caer con vergüenza sus cabezas sobre su pecho. El desorden momentáneo que se creaba al traer los prisioneros cesó y en ese momento de calma algo extrañó sucedió. Se empezó a escuchar una fuerte y diáfana voz que comenzó a cantar sobre el amor de Dios y sobre el perdón. La canción continuó. El juez hizo una pauta. Resulta que un antiguo integrante de una compañía de ópera muy famosa en toda la nación, esperaba ser enjuiciado por falsificación. Era él quien cantaba desde su celda. Mientras tanto, la canción continuaba y cada hombre que se encontraba en fila se conmovió. Uno o dos de ellos cayeron de rodillas; un chico exclamó entre sollozos: ¡Oh Dios, mi Dios! Los sollozos podían escucharse desde cada e...