UN CANTO HERMOSO

Treinta hombres, con los ojos inyectados en sangre y despeinados, estaban de pie ante un juez del tribunal de la policía de San Francisco. Eran parte del grupo de borrachos y revoltosos, que a diario se presentaban ante el juez. Unos eran ancianos y endurecidos, mientras que otros dejaban caer con vergüenza sus cabezas sobre su pecho. El desorden momentáneo que se creaba al traer los prisioneros cesó y en ese momento de calma algo extrañó sucedió. Se empezó a escuchar una fuerte y diáfana voz que comenzó a cantar sobre el amor de Dios y sobre el perdón. La canción continuó. El juez hizo una pauta. Resulta que un antiguo integrante de una compañía de ópera muy famosa en toda la nación, esperaba ser enjuiciado por falsificación. Era él quien cantaba desde su celda. Mientras tanto, la canción continuaba y cada hombre que se encontraba en fila se conmovió. Uno o dos de ellos cayeron de rodillas; un chico exclamó entre sollozos: ¡Oh Dios, mi Dios! Los sollozos podían escucharse desde cada esquina de la sala del tribunal. Por fin un hombre, que esperaba su juicio, protestó y dijo: ¿Señor juez, tenemos que someternos a esto? Estamos aquí para recibir nuestro castigo, ¿pero esto?… Y él también comenzó a llorar. Era imposible seguir con el juicio y sin embargo, el juez no dio la orden de detener el canto. Finalmente terminó la melodía, y luego hubo silencio. El juez miró los rostros de los hombres que estaban frente a él. No había ni uno solo, que no se hubiera conmovido por la canción; ni uno solo en quien no se produjera una actitud de arrepentimiento. Ese día, el juez no llamó a los casos en forma individual; compartió con los hombres unas bondadosas palabras de consejo y luego los despidió a todos. Ningún individuo fue multado o sentenciado esa mañana. La canción logró hacer mayor bien que cualquier castigo.
La transformación real es aquella que se deriva de un verdadero arrepentimiento. Nada ganamos con tratar de complacer a los demás, pues no estamos siendo honestos, ni con los demás ni con notros mismos. No existe una ley en el mundo que sea capaz de mejorar a un ser humano, porque ellas solo imponen una disciplina, pero no llegan al corazón. Alguien dijo: “No debemos vivir bajo el punto de vista de alguien mas”. Busquemos la transformación de nuestro corazón, busquemos adoptar una nueva manera de vivir que nos ayude a buscar el bien de todos aquellos a quienes amamos. Recuerda que Dios no mira nuestros errores, el está lleno de oportunidades y soluciones. No existe un decreto que nos diga que no nos quedan salidas. Así que, si estás cansado, tan sólo detente, reposa, reconsidera y sigue. ¡Que Dios te de un Feliz Día!
Any Aular

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