UNA TAZA DE CAFE
En febrero de 1960 me reuní con tres amigos míos en la biblioteca de la Universidad y luego caminamos juntos un kilómetro y medio hasta un supermercado. Permanecimos en silencio durante todo el trayecto, con los nervios crispados. Yo sabía que ese día lo podría terminar dentro de un ataúd. En esa época, en el sur de los Estados Unidos, a los afroamericanos no se nos permitía comer con las personas de raza blanca , pero mis amigos y yo habíamos acordado sentarnos a la barra de la cafetería para gente blanca y pedir algo para comer y tomar, queríamos lograr un cambio, y eso fue lo que hicimos. Hubo un silencio inmediato. Todos los ojos estaban clavados en nosotros. De nuevo, le pedimos a la camarera café y unas porciones de torta. - Lo siento, no los puedo atender -contestó muy seria. - ¿Por qué?- le preguntamos. -Es la costumbre- dijo ella. Habíamos decidido ser muy educados. Lo que queríamos era señalarles a esas personas que debían cambiar de actitud, de manera que seguimos sent