UNA TAZA DE CAFE

En febrero de 1960 me reuní con tres amigos míos en la biblioteca de la Universidad y luego caminamos juntos un kilómetro y medio hasta un supermercado. Permanecimos en silencio durante todo el trayecto, con los nervios crispados. Yo sabía que ese día lo podría terminar dentro de un ataúd. En esa época, en el sur de los Estados Unidos, a los afroamericanos no se nos permitía comer con las personas de raza blanca, pero mis amigos y yo habíamos acordado sentarnos a la barra de la cafetería para gente blanca y pedir algo para comer y tomar, queríamos lograr un cambio, y eso fue lo que hicimos. Hubo un silencio inmediato. Todos los ojos estaban clavados en nosotros. De nuevo, le pedimos a la camarera café y unas porciones de torta. -Lo siento, no los puedo atender -contestó muy seria. - ¿Por qué?- le preguntamos. -Es la costumbre- dijo ella. Habíamos decidido ser muy educados. Lo que queríamos era señalarles a esas personas que debían cambiar de actitud, de manera que seguimos sentados, esperando. De pronto un policía se acercó con actitud hostil, pero se apartó de nosotros porque no sabía qué hacer. En el otro extremo de la barra estaba una mujer mayor, que al terminar de comer se acercó a nosotros y dijo en tono amable: -Muchachos, estoy muy orgullosa de ustedes. Sólo lamento que no hayan hecho esto hace diez años-. Sus palabras nos dieron la determinación para seguir hasta el final. Durante seis meses volvimos todos los días a la cafetería, hasta que a cuatro afroamericanos finalmente nos sirvieron una taza de café. Minutos después de esto, me sentí muy aliviado, reivindicado, feliz conmigo mismo. Era como la paz que sentimos cuando hablamos con Dios, la sensación de libertad que algunos buscan durante toda su vida. Estaba feliz, habíamos logrado un cambio, habíamos vencido.
El mundo está lleno de prejuicios. Nos hemos acostumbrado a buscar las diferencias entre unos y otros, bien sea de razas, de credo o de posición social. No nos hemos dado cuenta que nos necesitamos para salir adelante como personas, como familias, como países, como humanidad. Tomemos la decisión y la determinación de cambiar los esquemas que erróneamente han gobernado nuestro mundo. Cambiemos un poquito a la vez… Empecemos por nuestro corazón. Sembremos amor y seamos valientes para enseñar a los demás cómo se hace. No nos demos por vencidos y recuerda: Un paso a la vez. ¡Que Dios te de un Feliz Día!        Any Aular.

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