Consuelo durante mi caminata

El reloj marcó las siete en punto. Ya era hora de mi caminata, así que guardé mi teléfono celular en mi bolsillo y salí por el camino, donde las cabañas de verano se extendían a lo largo del río Juniata, en el condado de Bedford, Pennsylvania. Al pasar por la cabaña de al lado, me detuve. La cabaña de Gladys estaba vacía. Aún me costaba creer que ya ella no estaba. No éramos familia de sangre, pero ella y su marido eran grandes amigos de mis padres mientras yo estaba creciendo. Su hija y yo éramos como hermanas, y Gladys era como una segunda madre para mí. Nuestras familias habían pasado cada verano aquí juntos. Cuando me convertí en maestra de escuela media, comencé a pasar mis veranos aquí de nuevo. Mi padre había muerto, así como el marido de Gladys. Mamá a menudo venía y se quedaba sólo por una semana, pero casi siempre éramos sólo Gladys y yo. Cada noche, al salir a caminar, tocaba a su puerta para que supiera que estaba saliendo y que si no volvía en 40 minutos, algo no estaba bien. Así que ella me esperaba cada noche a mi regreso. Me sentía cuidada, protegida en cierta forma, y segura, puesto que ella, en cierta forma, cuidaba de mí. Ahora Gladys se había ido de esta vida, justo antes de que comenzara el verano. Miré sus ventanas oscuras, y sentí su ausencia. De pronto me sentí muy sola. Seguí mi camino, tratando de disfrutar de la naturaleza que me rodeaba, pero nada me trajo la paz que normalmente encontraba en estas caminatas. ¿Ahora quién notaría si volvía? En medio de la tristeza que me embargaba, de repente vi algo que danzaba en el aire, bajando del cielo, como una enorme manta blanca. Cuando aterrizó en el suelo, como a 10 metros delante de mí vi que no era ninguna manta. Eso fue tomando forma, y ví, con asombro, un hombre muy alto, vestido de blanco, con enormes alas a sus lados. No lo podía creer. Era un ángel. Podía verlo claramente a la luz del atardecer. No dijo nada. Y  luego se elevó hacia el cielo y desapareció. Durante un largo rato no pude  moverme. Nunca me había sentido tan tranquila y tan amada. Finalmente regresé a mi casa. El camino, mis paseos, el verano, no estaban vacíos. Dios me estaba hablando, y me acababa de decir que nunca estaremos solos. No importa qué tipo de pérdida hayamos sufrido, o qué clase de soledad estemos viviendo. Existe un Dios amoroso en los cielos que vela por cada uno de nosotros, y jamás nos abandonará. No pierdas la esperanza, y no permitas que el temor te arrebate tu paz interior. Cada vez que sientas temor, tan sólo mira hacia el cielo y busca a Dios, y recibirás la calma que te permitirá avanzar, seguir adelante y triunfar. ¡Que Dios te de un Feliz Día!   Any Aular

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