El valor de la disciplina


En su libro Gordon MacDonald cuenta la historia sobre sus experiencias en el equipo de atletismo de la Universidad de Colorado a finales de los años cincuenta. En particular, recuerda los ejercicios tan duros que tenía que hacer con un compañero de nombre Bill. Gordon dice: “Todavía hoy día me angustio al pensar en aquellos ejercicios cada lunes por la mañana”. Cuando las prácticas terminaban, me iba tambaleando a los vestidores. Pero Bill era diferente. Sin duda aquellos ejercicios eran igualmente difíciles para él, pero cuando terminaba, se quedaba descansando en el césped cerca de la pista de atletismo. Después de unos veinte minutos, mientras Gordon se duchaba, Bill hacía todos los ejercicios otra vez. Pero Bill no se consideraba un atleta excepcional entre sus compañeros. Durante el tiempo que estudió en la Universidad de Colorado, nunca ganó una medalla en competencias nacionales ni jamás integró un equipo de estrellas. «No era un gran atleta», dice mi amigo Bill. Es probable que Bill no haya hecho un gran impacto durante sus años en la universidad, pero su disciplina y empeño le pagaron buenos dividendos. Sus dos mejores especialidades eran el salto largo y los 400 metros. Siguió trabajando en ambas modalidades y añadió otras disciplinas para poder competir en el decatlón. Gracias al esfuerzo disciplinado y un constante mejoramiento, el poco espectacular atleta universitario se convirtió en un atleta mundialmente famoso. Porque este Bill no es otro que Bill Toomey, el decatleta promovido al Salón de la Fama Olímpico en 1984. En 1966 estableció un récord mundial en decatlón, ganó medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1968 y ganó cinco campeonatos nacionales seguidos de decatlón, algo que todavía nadie ha podido lograr en su deporte. Lo que llevó a Toomey a alcanzar tan grandes logros fue su disciplina. Estas palabras de Gordon MacDonald lo dicen todo: «La diferencia entre nosotros empezó los lunes por la tarde en los días de práctica. Él no le tenía miedo a la disciplina y dio el máximo. Yo le tenía miedo a la disciplina e hice lo mínimo»
Maxwell, J. C. (2001; 2003).
Siempre que tengas vida tendrás la oportunidad de superarte.  Nunca dejamos de aprender, no existe una ley válida que nos diga hasta que momento somos capaces de mejorar nuestra conducta y de establecer nuevos hábitos. En todo momento nos tocará hacer frente a circunstancias difíciles, así que no nos desanimemos y aprovechemos lo que nos toca vivir, día a día, para crecer como individuos. Todo problema o revés debe ser usado como trampolín para alcanzar la felicidad. Procuremos cobrar ánimo. No nos desesperemos ni dejemos que el temor nos paralice. Sé optimista y emprendedor y solo entonces le encontrarás sentido a todo lo que vives. ¡Que Dios te de un Feliz Día!                                                    Any Aular

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