Ayudar A Otros La Sanó


Era una mañana soleada de agosto de 2007 cuando, de la nada, el lado izquierdo de mi cara comenzó a arder, el comienzo de una dolorosa afección llamada neuralgia del trigémino. Era un dolor terrible. Mi neurólogo me dijo que era el peor dolor que un ser humano podría experimentar. Dejé mi trabajo como periodista y mi esposo trabajaba todo el día hasta tarde en la noche para pagar las cuentas. Mis hijos ya estaban en la Universidad. Mi esposo encontraba tiempo para reunirse con unos amigos para orar por mí y siempre me daba ánimo, pero yo estaba enojada y en lugar de conversar y preguntar a Dios, le pedía que me sanara. Pasaron dos años y me enviaron con un neurocirujano que me dijo que con una operación no invasiva podía quitarme ese dolor. Me sometí a la cirugía y al despertar sentí el mismo dolor y las mismas sensaciones. El doctor me recetó drogas más fuertes, pero además de eso me preguntó si podía orar por mí. Me extrañó la pregunta pero accedí y él así lo hizo. Entonces me dijo que me apoyara en la gracia de Dios y que hablara con Él. Volví a casa sintiéndome miserable. En el Hospital dos personas habían ido a visitarme y a pedir a Dios por mí y me habían dicho que le preguntara a Dios qué quería de mí. Al instalarme en casa me fui como siempre al sofá de la sala en pijamas y encendí el televisor como lo había hecho todo el tiempo desde que todo esto había comenzado. Comencé a pasar los canales y de repente me encontré con que estaban entrevistando a una mujer en silla de ruedas. Ella decía que tenía 40 años en esa silla y con dolor crónico pero que su vida había sido plena porque se había dedicado a ayudar a los demás. Molesta, apagué el televisor y me fui a acostar, pero las palabras de la mujer resonaban dentro de mí. Al día siguiente me levanté y me vestí, me arreglé y escuché algunas partes de la Biblia en audio libro. Luego decidí que debía cambiar mi rutina. Entonces llamé a la iglesia donde iba y me anoté para orar por los enfermos y ayudar a los necesitados. Comencé a manejar y a ir a ayudar. Mi vida cambió y un rayo de esperanza se encendió dentro de mí. En el 2016 decidí bajar las dosis de la droga que tomaba para dolor y poco a poco la fui retirando hasta descubrir que estaba sana. Hasta el día de hoy no he sentido el dolor. Sé que en cualquier momento podría regresar, pero ahora todo ha cambiado dentro de mí, y el ayudar y pensar en otros me ha llenado de nuevas fuerzas y se que podré superar cualquier cosa. Leah Y. Latimer
Si estás sufriendo por algún problema de salud piensa en la mujer de esta historia, y comienza a ayudar a otros aún en medio de tu aflicción. Pídele a Dios que te diga qué quiere de ti, y escucharás su voz, y encontrarás consuelo y gozo ayudando a alguien más a salir de la oscuridad. Atrévete y sentirás las maravillosa presencia de Dios, que te levantará y cambiará todo para ti. Ten ánimo y sigue adelante. ¡Que Dios te de un Feliz Día!  Any Aular

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