RESCATE EN LA PLAYA

Durante unas vacaciones familiares de verano en Florida, Erika Orlando y su hermano estaban sentados en la arena hablando de Dios. De pronto una mujer gritó: ¡No veo a Rob! Su esposo  corrió  hacia  el mar y empezó a buscar entre las olas. Erika se acercó a la madre y le preguntó cómo era el niño. -Es rubio, tiene el cabello rizado, y lleva puesta una camisa anaranjada -respondió la mujer-. Muchos  bañistas se acercaron al sitio, pero por un impulso muy fuerte Erika caminó en la dirección opuesta, hacia unas personas que estaban sentadas en la playa. Les preguntó si habían visto al niño, pero ellos le contestaron que no. Erika empezó a pedirle a Dios con todo su corazón, y de pronto, con sus ojos cerrados, vio la imagen de un hoyo en la arena. Examinó la playa, y entonces vio un declive a pocos metros de donde estaba la madre del niño. Erika se arrodilló y empezó a cavar con las manos en la arena reseca y dura. A unos 30 centímetros de profundidad tocó algo muy suave: mechones de pelo. -¡Creo que lo encontré!-gritó. Habían pasado cinco minutos desde que los padres de Rob  lo habían perdido de vista. Al parecer, se había  metido en un hoyo cavado por  otros niños, pero los lados se colapsaron y quedó  enterrado por completo. Otras personas corrieron a ayudar a Erika. Apartaron la arena y entonces el padre de Rob lo tomó por las axilas y lo sacó. Llegaron los salvavidas y aplicaron la reanimación cardiopulmonar. El niño abrió los ojos. Aunque tenía la cara y el cuerpo cubiertos de arena, su mirada era tranquila; no tosió, ni lloró. Su madre lo tomó en brazos, llorando y agradecida porque había ocurrido un milagro.
Cuando  creemos en Dios pueden ocurrir cosas maravillosas e inexplicables para  la ciencia del hombre. Es terrible vivir una situación aterradora  como la de la historia arriba expuesta, pero maravilloso experimentar un milagro tan grande. Lo cierto es que los milagros ocurren a cada instante, a nuestro alrededor. Para empezar, despertar cada día es un milagro. Caminar, hablar, comer, respirar, amar y ser parte de lo que nos rodea es un milagro. Así que agradezcamos a Dios por la milagrosa experiencia  de la vida, y recordemos que cualquier cosa es posible si recurrimos a Él. Este relato  nos dice que si la tormenta está muy fuerte, o repentinamente  arrecia,  tan sólo confiemos, y no nos desesperemos, pues estás a punto de experimentar algo que nunca has vivido. Tan sólo persevera  y no te rindas, sigue buscando  y espera confiado su respuesta. Recuerda que mientras mayor sea la oscuridad, más brillante  será  la luz cuando aparezca. El siempre nos socorrerá  en nuestra desesperación. El es un Padre Bueno y Amoroso, que sólo desea nuestro bien y nuestra felicidad. ¡Que Dios te de un Feliz Día!    Any Aular

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