Necesito un caballo

Estaba escalando junto con mi nieto de 11 años, cuando de pronto comenzó a llover, así que nos escondimos bajo una saliente de roca que encontramos. La temperatura comenzaba a bajar y ya yo estaba preocupado cuando de pronto Tristán me preguntó: ¿Crees que servirá de algo pedirle ayuda a Dios? Su pregunta me llevo a recordar y a contarle al pequeño algo que me había sucedido muchísimos años atrás. Yo era el director de una escuela de excursionismo y tenía a mi cargo la seguridad de un grupo particularmente problemático. El grupo había salido primero con un instructor, y yo los alcancé después. Aquel día estacione mi camioneta y me interné en el desierto de Gila en Nuevo México. Era pleno verano y el sol era inclemente, pero el mayor problema eran mis botas, que por ser relativamente nuevas, me empezaron a formar ampollas. Al llegar al campamento tenía los pies llenos de lesiones y me traté lo mejor que pude. Estuvimos allí dos semanas y una mañana uno de los estudiantes desapareció, se había ido. Yo tenía que ir tras él para asegurarme de que hubiera llegado bien al puesto de control. Así que tome mi mochila, me puse las botas, y me encaminé por el desierto. Pero al poco rato cojeaba de dolor, las ampollas de mis pies se abrieron y ya no pude avanzar más. Los demás pasarían por allí en unos cuantos días más y me desesperé pensando que podía morir deshidratado, porque ya no me quedaba agua. Nunca había pedido a Dios nada en toda mi vida. Así que me tiré al suelo y le dije a Dios, en medio del dolor, que necesitaba un caballo. De repente vi una enorme sombra caer sobre mí, creí que era mi imaginación, pero al voltear, allí, mirándome, estaba un caballo, con sus riendas puestas, pero sin silla. Como pude me monté encima de él, y el caballo empezó a andar y me llevó hasta donde había dejado mi camioneta. Allí estaba el estudiante. Curé mis pies y a la mañana siguiente, antes de partir, llegaron unos vaqueros buscando el caballo, dijeron que nunca antes se había escapado. Al terminar de contar mi historia a mi nieto, la lluvia cesó y salió el sol otra vez. Mientras ambos comenzamos el descenso, le dije a Tristán: hablar con Dios si funciona, no deberíamos de esperar hasta el último momento.       Lee Maynard
Hablar con Dios es muy sencillo, no necesitamos de formulas especiales, ni de palabras elocuentes, tan sólo de un corazón humilde. No necesitas de una religión o estar en un sitio especial para que te escuche. Habla con El de tu necesidad, cuéntale lo que te esta pasando, a Él le interesa saber de ti y desea que seas feliz. Así que si estas pasando por el desierto en este momento de tu vida, y la prueba te ha tirado al suelo, levanta tu corazón a Él y muéstrale tu dolor, el enviará por ti y te responderá. ¡Que Dios te de un Feliz Día!          Any Aular

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