Da y Recibirás

Cuando comencé la secundaria, lo que más deseaba en este mundo era una bicicleta. Pero mi papá era el pastor de la iglesia de nuestra pequeña ciudad, por lo que no teníamos mucho dinero. Así que decidí que la única forma de comprarme una bicicleta era trabajando. Comencé a trabajar duro. Hacia de niñera algunas noches a la semana, podaba jardines, trabajé como mesera aquel verano, y ya estaba a punto de completar la suma de dinero para adquirir mi bicicleta. Pero entonces, un domingo, en una reunión de jóvenes de la comunidad a la que asistía, para hacer trabajo de voluntariado, la joven que presidía nos dijo que había recibido una carta de una pareja de misioneros de la iglesia de nuestra ciudad, diciendo que su hijo, estaba padeciendo hepatitis. Ellos explicaban que se estaba recuperando, pero que estaba sumido en la tristeza. Entonces la joven preguntó al grupo: “¿A alguno se le ocurre que podría ayudar a animar a este muchacho?”, y todo el grupo respondió a una voz, todos menos yo: “¡Una bicicleta!”. No tuve otra opción que unirme al trabajo de la recolección de dinero para la compra de dicho regalo, pero en mi mente daba vueltas una y otra vez el dinero que tenía ahorrado y que fácilmente ayudaría a completar la recolecta que se estaba haciendo. Así que una tarde, y con un dolor en el corazón, pero con la certeza de que estaba haciendo lo que Dios me pedía, llevé todos mis ahorros al grupo. Con eso fue suficiente. Compramos la bicicleta y la enviamos a Chile. Pasaron los años y entré a la Universidad, y entonces mis prioridades cambiaron, pues ahora le pedía a Dios por un buen esposo. Entonces conocí a Steve, un muchacho tranquilo y que compartía muchas de las cosas que yo disfrutaba. La pasábamos muy bien juntos. Pero yo seguía preguntando a Dios si él era el indicado, necesitaba una señal. Una tarde ambas familias nos reunimos a cenar, para conocernos todos un poco más. Al momento en que todos comíamos el postre y tomábamos café, la mamá de Steve comenzó a contar de los tiempos en los que su esposo y ella eran misioneros y estaban en Chile. Entonces nos dijo que Steve había contraído hepatitis -a estas alturas de la historia yo no podía creer lo que estaba escuchando- y que se había deprimido muchísimo. Y entonces añadió: ¿A que no adivinan que recibió Steve del grupo de jóvenes voluntarios de esta ciudad? Por supuesto que yo sabía la respuesta: Mi bicicleta. Todos quedamos asombrados cuando yo les conté cómo pasó todo. Aquella noche recibí mi señal, y Dios me regaló a un maravilloso hombre que ha sido mi esposo por 29 extraordinarios años. GinGeR LinGo
Nunca nos cansemos de dar, pues a su debido tiempo recibiremos, y cuando eso pasé quedaremos más que maravillados. Muchos de nosotros pensamos que dar es perder algo, y no nos damos cuenta, de que dar significa sembrar en la tierra de nuestra propia vida, todo aquello que en realidad necesitaremos y que nos llenará de felicidad. Así que tratemos de cambiar nuestra forma de pensar y empecemos hoy mismo a entregar un poco de nosotros mismos. ¡Que Dios te de un Feliz Día!     Any Aular

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