Terapista del Alama
Me
encontraba en medio de un momento bastante difícil en mi vida. Había tenido que
renunciar a mi trabajo por una tendinitis en mi pie derecho. Mi pie no
mejoraba, por lo que ya se hablaba de una intervención quirúrgica. Así, pues,
pasaba mi tiempo entre las visitas al médico y sentado en mi apartamento,
viendo la televisión, y quejándome sin cesar. Un día mi terapeuta me recomendó
ir a un grupo de apoyo que se reunía cerca de allí los domingos. Así que me
animé a asistir. Llegué a las 4 y empezamos. Todos allí hablaron de cómo habían
estado mejorando en diferentes clases de problemas. Al final de la reunión se
pidió un voluntario que contara su historia. No sé que me pasó, pero me sentí
conmovido y levanté la mano y comencé a contar todo lo que me estaba pasando.
Todos allí me animaron y ofrecieron su apoyo y su ayuda. Para regresar estaba
esperando un taxi, y una señora se acercó y me propuso compartirlo, por lo que
acepté. Mientras el taxista manejaba, la mujer me comentó que era masajista,
pero que Dios le había dado un don, a través del cual ella entendía lo qué
estaba afectando a la persona tratada en su interior. Ella me dijo que cuando
el cuerpo duele es porque está hablando, diciéndonos que algo no anda bien, y
que muchas personas se sienten mejor gracias a sus masajes y consejos. Entonces
decidí probar, pues ya nada me ayudaba. Pedí una cita, y fui, y noté que antes
de aplicarme el masaje, hizo una breve oración en silencio. Al poco rato,
mientras realizaba su trabajo, me dijo que algo no andaba bien dentro de mí,
pero me explicó que era sobre una falta de perdón hacia alguien más, o hacia mí
mismo. Después del masaje, me fui a casa, abismado. Yo no le había dicho a la
señora que había acertado, pero en realidad si estaba muy molesto por una carta
que me envió uno de mis ex compañeros de trabajo, diciendo que entendía que me
sentía muy mal al tener que dejar mi puesto, ahora que había sido promovido al
puesto más alto. Me molesté tanto, que después de haber sido grandes amigos, lo
abandoné. Así que al llegar a mi hogar, tomé mi computadora y le escribí una
carta pidiéndole disculpas. Después de hacerlo, sentí que un enorme peso se
había desaparecido de mi corazón. Seguí yendo a los masajes, la alegría volvió
a mí y mi pie se mejoró por completo. Pero lo mejor de todo fue que mi
compañía, al saber de mi mejoría, me llamó otra vez para ejercer el puesto más
alto en mi área. Dios me enseñó que si nos cuidamos por dentro, también nos
cuidamos por fuera.
Aunque
no lo creamos, nuestro exterior refleja nuestro interior. Es por eso que
debemos cuidar lo que sentimos y la forma en que lo expresamos. Somos
responsables de nuestro propio bienestar, no sólo espiritual, sino también
físico. Echemos fuera de nosotros toda esa basura de odios, rencores, tristezas
y depresiones que nos trae el pasado, e incluso el presente que vivimos.
Concentrémonos en nuestras actividades diarias y demos lo mejor de nosotros y
nuestra vida cambiará. ¡Que Dios te de un Feliz Día! Any Aular
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