Llévese Nuestro Carro

En diciembre de 1997, Elizabeth Clay, estudiante, de 22 años, iba conduciendo a casa proveniente de Boston, para pasar las vacaciones de Navidad con sus padres, en Carolina del Sur. Cuando apenas llevaba una hora de camino, se le dañó un neumático. Se detuvo a la orilla de la carretera, abrió el portaequipaje y, a la poca luz de esa tarde invernal, vio que no llevaba caucho de repuesto. La preocupación y el miedo la invadieron. ¿Cómo podría resolver este problema? No se veía ningún poblado cercano. Entonces elevó una plegaria al cielo, y de repente, un auto se detuvo delante de ella. Los ocupantes, una pareja de mediana edad,  Paul y Diane Woodcock, le ofrecieron guiarla hasta una gasolinera que estaba cerca de donde ellos vivían, un poblado muy pequeño. Pero al llegar, la encontraron cerrada. Ella se angustió más, mas no dejaba de pedir ayuda a Dios. –Síganos a nuestra casa- dijo Paul a la chica. Hicieron varias llamadas telefónicas, pero no tuvieron suerte. Después de hablar aparte por un momento, ellos tomaron una decisión inesperada. –Tenga –le dijo Paul a Elizabeth entregándole las llaves de su carro-. Llévese nuestro coche, pues no vamos a necesitarlo durante las fiestas. Elizabeth se quedó atónita, no podía creerlo. – ¡Pero voy hasta Carolina del Sur y no volveré hasta dentro de dos semanas! –les recordó. –Ya lo sabemos respondió Paul-. Aquí estaremos cuando vuelva. Tenga nuestro número telefónico en caso de que necesite llamarnos. Sin dar crédito a lo que estaba pasando, Elizabeth se quedó  paralizada mirando a los esposos meter las maletas de ella en el auto de ellos. Cuando se montó en el carro lista para partir, preguntó: -¿Pero por qué hacen esto, si ni siquiera me conocen? Paúl respondió: -Es Navidad mi niña, es tiempo de mirar por el necesitado y compartir nuestro pan con el hambriento-. Con lágrimas en los ojos, conmovida por aquella acción, Elizabeth partió a casa. Después de dos semanas, cuando volvió, encontró su viejo coche, bien limpio, por dentro y por fuera, Con tres cauchos nuevos, y la radio arreglada. Estaba tan asombrada, que abrazaba a la pareja una y otra vez, y entonces preguntó cuánto había costado todo para pagárselos. –Nada –contestó Paul –ha sido un placer. La chica se despidió de los Woodcock con una mayor comprensión del significado de la Navidad y del amor puro y sincero. Ahora Elizabeth comprende que, aunque aquel acto de generosidad haya sido un placer para sus bienhechores, a ella la comprometía a actuar igual con los demás.
La Navidad es algo más que ropa nueva y regalos costosos, la Navidad es tiempo de ayudar, de dar, de compartir, de brindarle alegría a quien está triste, de dar pan al hambriento y bebida al sediento. Es tiempo de mostrar misericordia y amor. Es regalar un poco de compañía a quien ha perdido a un ser querido. Es hacer sonreír a quien ha sido defraudado, lastimado o herido. Así que practiquemos la verdadera Navidad y nos sentiremos mucho más felices. ¡Que Dios te de un Feliz Día y una Feliz Navidad!                                   Any Aular

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