Así deje de fumar
Todos mis intentos por dejar de fumar habían
fracasado. Por más esfuerzos que hiciera, siempre volvía a caer. Había visto a
mi querida tía Bernie morir de cáncer en los pulmones, y sus últimas palabras
fueron: "¡Por favor deja el cigarrillo, eso te va a matar!". Algún
tiempo después, estaba fumándome un cigarrillo, mientras tomaba una
caminata por el bosque, hacia mi pequeña cabaña en medio del bosque de la
península de Bruce, alrededor de dos horas y media al norte de Toronto,
Ontario, y pensaba, cuán difícil era dejar este terrible hábito.
Hasta le había rogado a Dios innumerables veces. Después de la muerte de
mi tía, juré parar, pero no lo logré. Aquella cabaña había sido uno de
los lugares favoritos de mi tía Bernie, y, últimamente, me había ganado algo de
dinero extra alquilándola a vacacionistas. Estaba allí aquel día pues por la
tarde llegarían nuevos inquilinos, y estaba revisando todo. La cabaña no tiene
electricidad, por lo que tenía que asegurarme de que hubiera suficiente gas en
el tanque, para que pudieran funcionar la nevera y la estufa. Al ver la cabaña
en la distancia a través de los árboles, pensé en mi tía. Todavía podía oír sus
advertencias. De pronto, de adentro de la cabaña se escuchó una voz fuerte:
"¡Dejar de fumar, que eso te va a matar!”. La escuché tan fuerte como si
mi tía estuviera allí. No podía ignorar aquella voz. Me quedé inmóvil, en seco,
y dejé caer el cigarrillo, apagándolo con el zapato. Aun resistiendo la
tentación de volver a encender uno, llegué a la cabaña y cuando abrí la puerta,
di un paso atrás. El olor era fuerte, e inconfundible: gas. El humo era muy
espeso. Corrí a la parte trasera y encontré el problema. Los inquilinos
anteriores habían olvidado cerrar la
llave del tanque de gas antes de irse. ¡La cabaña se había llenado de gas
durante una semana! ¡Si todavía hubiera estado fumando el cigarrillo,
pensé, horrorizado, habría volado en pedazos! Había presenciado la
misericordia de Dios. Mi tía Bernie tenía razón. Fumar puede matar. Pero no me
va a matar. Al día siguiente inicié un programa para dejar de fumar, y no he
fumado desde entonces. ¿Cómo podría ignorar esas palabras fuertes, que me
hablaron con una voz familiar, y que escuche en el momento justo?
Gracias Dios por cuidar de mi vida. Christine Gauthier, Wiarton, Ontario,
agosto de 2009.
Que historia tan
maravillosa. A cualquiera deja sin palabras. Pero es real, y gracias a lo que
ocurrió Christine aún está con nosotros. Ésta historia nos dice que Dios nos cuida,
pero que cualquier mal hábito puede ser
peligroso, y nos puede llevar, a corto o largo plazo, a una muerte segura. Meditemos
cada uno en nuestros hábitos, y cuidemos más de lo que hacemos al manejar con
el celular, al cocinar, e incluso al gastarle una broma a alguien. Reconsidera
tu camino y haz los cambios que sean necesarios para que nunca tengas nada que
lamentar. Ánimo y seamos valientes. Todo lo podemos lograr si no los
proponemos. ¡Que Dios te de un Feliz Día!
Any Aular
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