Nuestra verdadera lucha es primero la interior, con nuestras debilidades y luego con las dificultades que trae nuestro día. Recordemos que nuestro Padre sabe como hacerlo. Feliz Día!
Cuentan que, en cierta ocasión, entró una niña en el taller de un escultor. Por un largo rato, estuvo disfrutando de todas las cosas asombrosas del taller: martillos, cinceles, pedazos de esculturas desechadas, bocetos, bustos, troncos…, pero lo que más impresionó a la niña fue una enorme piedra en el centro del taller. Era una piedra tosca, llena de magulladuras y heridas, desigual, traída en un penoso y largo viaje desde la lejana sierra. La niña estuvo acariciando con sus ojos la piedra y, al rato, se marchó. Volvió la niña al taller a los pocos meses, y vio sorprendida que, en el lugar de la enorme piedra, se erguía un hermosísimo caballo que parecía ansioso de liberarse de la inmovilidad de la estatua y ponerse a galopar. La niña se dirigió al escultor y le dijo: ¿Y cómo sabía usted que dentro de esa piedra se escondía ese caballo? Dentro de cada uno de nosotros se encuentra un tesoro, pero debemos entender que sólo se manifestará, a través de cada cincelada d
Cuentan que, en cierta ocasión, entró una niña en el taller de un escultor. Por un largo rato, estuvo disfrutando de todas las cosas asombrosas del taller: martillos, cinceles, pedazos de esculturas desechadas, bocetos, bustos, troncos…, pero lo que más impresionó a la niña fue una enorme piedra en el centro del taller. Era una piedra tosca, llena de magulladuras y heridas, desigual, traída en un penoso y largo viaje desde la lejana sierra. La niña estuvo acariciando con sus ojos la piedra y, al rato, se marchó. Volvió la niña al taller a los pocos meses, y vio sorprendida que, en el lugar de la enorme piedra, se erguía un hermosísimo caballo que parecía ansioso de liberarse de la inmovilidad de la estatua y ponerse a galopar. La niña se dirigió al escultor y le dijo: ¿Y cómo sabía usted que dentro de esa piedra se escondía ese caballo? Dentro de cada uno de nosotros se encuentra un tesoro, pero debemos entender que sólo se manifestará, a través de cada cincelada de pruebas
Pepito era un niño tan sensible que tenía cosquillas hasta en el pelo. Bastaba con tocarle un poco la cabeza, y reía a carcajadas. Y cuando le daba esa risa de cosquillas, no había quien le hiciera parar. Esto siguió sucediendo a medida que crecía, a tal punto que no lo dejaban entrar en muchos sitios. Pepito deseaba con todas sus fuerzas ser un chico normal, así que empezó a sentirse triste por ser diferente. Hasta que un día en la calle conoció un payaso especial. Era muy viejecito, y ya casi no podía ni andar, pero cuando le vio triste y llorando, se acercó a Pepito para hacerle reír. Pepito le contó su problema con las cosquillas, y le preguntó cómo era posible que un hombre tan anciano siguiera haciendo de payaso. - No tengo quien me sustituya - dijo él, - y tengo un trabajo muy serio que hacer . Pepito le miró extrañado; "¿serio?, ¿un payaso? ", pensaba tratando de entender. Y el payaso le dijo: Ven, voy a enseñártelo. Entonces el payaso le llevó a recorrer la
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