LAS PLUMAS DEL AGUILA


El uno era alto, fuerte, y de todos los de su edad era el mejor. El otro, en cambio era más tranquilo, le gustaba ayudar a su madre y pasear por el bosque meditando, pero algunos chicos se burlaban a veces de él. Llegó el día en el que tenían que pasar la prueba y convertirse en hombres. La prueba era difícil: tenían cuatro lunas para irse del poblado y volver con plumas de águila. Si no lo conseguían serían tratados como niños. Se marcharon, el mayor corriendo rápidamente y el pequeño andando con su paso tranquilo. Ambos construyeron sus refugios y fueron cada cual  a explorar el bosque por el lado de los riscos. Entonces vieron un ejemplar magnifico y el hermano mayor se apresuró a ponerle una trampa. Se escondió para que cuando el águila viniese, arrancarle las plumas de la cola. Pero no resultó nada bien, pues el águila lo vio y lo atacó. Molesto, hizo uso de su arco y le atravesó en un ala con una flecha. Rápidamente le pisó el cuello y le arrancó un par de plumas. “¡Esto es para que aprendas!”, dijo. Su hermano, que había contemplado la escena, corrió a ayudarla. Trató de socorrerla y curarla, pero ésta no se dejaba, y mal herida, le tiraba feroces picotazos. Entonces se quitó su ropa y se la echó encima a modo de red. Con cuidado la inmovilizó, le arrancó la flecha y como pudo vendó la herida. Estuvo las cuatro lunas cuidándola y ganándose su confianza con afecto, hasta que ella le permitió darle de comer. Ya tenía que regresar. Justo antes de vencerse el plazo para la tarea encomendada, la llevó al borde del barranco y le suplicó: “tienes que volar, vamos, ¡vuela!”. El águila extendió sus alas y se lanzó al vacío y empezó a trazar majestuosos círculos en el cielo. - Misión cumplida, -pensó- es hora de regresar. Cuando llegó al poblado todos lo vieron venir… sin las plumas. Se reunieron ante el jefe que debería pronunciar el veredicto. Estaban todos allí, expectantes. El jefe salió de su tienda y poniéndose delante de él le preguntó:- “¿Dónde están tus plumas de águila?”-. Entonces, arriba, muy alto en el cielo, se oyó el grito del águila que el muchacho había curado. Éste al verla y reconocerla se envolvió una manta en el brazo derecho, puso la mano sobre la cabeza y la llamó. Sonriente dijo al jefe indio: - “Aquí están mis plumas”-, mientras el águila se posaba mansamente en su brazo.
El odio somete pero el amor conquista. No necesitamos ser violentos o agresivos para conseguir lo que deseamos. No necesitamos hacer daño a nada ni a nadie. Tenemos que aprender que todas nuestras acciones tienen consecuencias. Somos lo que hicimos ayer con nuestras vidas. Estamos comiendo el fruto de lo que sembramos. Debemos tener en claro que no son las plumas las que importan, es el águila quien necesita ser conquistada. Ama, ríe y llora con quien lo necesite. Da un poco de ti mismo a quienes te rodean. Actuemos y procedamos con consideración y bondad. Recuerda que sembrando en los demás cosecharás tu propia felicidad. ¿Oyes ese sonido que viene del cielo? Es Dios, el gran Águila, conquístalo y nada te faltara. ¡Que Dios te de un Feliz Día!         Any Aular

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA NIÑA, LA PIEDRA Y EL CABALLO

La niña, la piedra y el caballo

EL NIÑO DE LAS MIL COSQUILLAS