Vicky
Mi esposo Joe, mis niñas y yo, vivíamos en una granja en las afueras de un pueblo en Alaska. Los animales silvestres rondaban con frecuencia alrededor. Una tarde, mientras mi esposo y yo caminábamos, escuchamos unos gemidos. Provenían de una zorra joven que había caído cautiva en una trampa. Ella tenía la pata izquierda casi destrozada. La sacamos de allí y nos la llevamos a casa. La llamamos Vicky. Como yo era ayudante de veterinario de animales salvajes, contaba con los instrumentos necesarios, así que la colocamos sobre una mesa y procedí a operar. Pase toda la noche tratando de reconstruir su pata, la enyesé y luego nos turnamos para curarla y alimentarla. La acostamos dentro de una jaula que teníamos en la cocina y poco a poco comenzó a reaccionar. Pero a la noche siguiente, Vicky trató de quitarse el yeso mientras dormíamos, y se lastimó tanto que tuve que amputársela. Los dos primeros días ella se puso de pie e intento caminar, pero se caía y se acurrucaba en la jaula con una alfombrita rosada que teníamos. Yo estaba preocupada, pero mi hija Jan, de 7 años, me dijo: "No tengas miedo mama, ella va a estar bien". Al día siguiente, Vicky comenzó a caminar sin problemas. Cada día se fortalecía más, hasta que llegó el momento de soltarla en el bosque donde la habíamos encontrado. Teníamos miedo de que no pudiera valerse por sí misma debido a su discapacidad. Colocamos su jaula afuera con su alfombra rosada, de manera que se acostumbrara a su entorno otra vez. Vicky salía todos los días al bosque y regresaba por las noches. Un día encontramos una perdiz en su jaula, y entonces mi hijita Jan me dijo nuevamente: "No tengas miedo mama, ella va a estar bien". Días después se llevó su alfombra rosada y ya no regresó. Unos meses más tarde tuvimos que mudarnos de la granja. El día de la mudanza, mientras colocábamos las cosas en el camión, se apareció Vicky, en lo alto de una colina, y allí estuvo hasta que terminamos. Mientras nos alejábamos por la carretera, ella nos siguió. En cierto punto se detuvo, mi esposo se paró, abrimos las puertas, y toda la familia la despidió en medio de lágrimas. Esa fue la última vez que vimos a Vicky. Cuando mi hija Jan cumplió 12 años, le detectaron un tumor maligno y tuvieron que amputarle la pierna izquierda. La segunda noche, en el Hospital, después de la operación, la estaba pasando tan mal que no podía dormir, y de repente me dijo: " Mama, ¿Te acuerdas de Vicky? Esa noche recordamos a nuestra amiguita. Entonces los ojos de mi hijita se llenaron de lágrimas, y me dijo: "¿Sabes mama? Nada va a impedir que realice lo que quiero en la vida". Sus palabras me estremecieron, y recordé como mi pequeña me decía constantemente que Vicky iba a salir adelante. Y así fue. Mi hija es ahora una mujer felizmente casada y madre de dos hijos. Ahora sabemos que Vicky fue un ángel que Dios nos envió, para enseñarnos que nada es imposible para quien no se da por vencido. ¡Gracias Dios! ¡Gracias Vicky!
No te des por vencido, sigue y no desmayes. No te rindas, tienes toda una vida por delante. Levántate de en medio de las cenizas de tu prueba, y escribe páginas y páginas de triunfos y hermosas vivencias. Tus oportunidades no se acabaron solo porque los problemas hayan golpeado tu barco. Usa tu dolor como un trampolín y crece. Recuerda que eres un vencedor cuando no dejas de intentar. Camina, no te detengas, la bendición de Dios te está esperando. ¡Que Dios te de un Feliz Día! Any Aular
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