Una Urgencia De Agua
Aquella mañana tenía un viaje importante, de negocios, en la ciudad de Heath, en Ohio, que quedaba a cuatro horas de donde yo vivía. Me levanté temprano para hacer mis maletas, y arreglarme, con la sola idea de salir lo más temprano posible. Cuando estaba ya casi lista y comencé a trasladar mis maletas y bolsos hacia la sala para luego guardarlos en el carro, me percaté, con gran sorpresa, de que en la tina del fregadero de la cocina, estaba puesta una botella, de las grandes, vacía. ¿Pero quién la había dejado allí? Me extrañaba mucho, puesto que mi esposo y yo éramos muy cuidadosos del aseo en casa. Recuerdo que pensé molesta: “¡Estoy tan apurada, y también tengo que arreglar el desorden!”. Fui hasta el fregadero y cuando iba a tomar la botella para botarla en la papelera, escuché una voz, clara y firme, que me dijo: “Llena la botella con agua y llévala contigo”. Pensé que estaba alucinando, o que tal vez mi mente estaba afectada por la reciente sequía, pues en mi pequeño pueblo situado al oeste en el estado de Virginia, no había llovido durante todo el verano. ¿Pero para que necesitaría yo tanta agua en este viaje? A decir verdad, no veía la necesidad. Pero la voz persistía, sin parar: “Llena la botella con agua”. Entonces me dije: “¡Muy bien! ¡Voy a hacerlo con tal de salir ya!” Así que lo llené y lo dejé allí, mientras terminaba de llevar todo el equipaje al carro. En el momento en el que iba saliendo del garaje, escuché la voz nuevamente, que me dijo: “Se te olvidó el agua, ¡Ve por ella!”. No lo pensé dos veces, corrí adentro de la casa, la tomé, la puse en el carro, en la parte de atrás, y me dirigí a Heath. La carretera estaba tranquila, ya que era bastante temprano. No había avanzado mucho, cuando vi una camioneta parada a un lado de la carretera. De pie, junto a ella, estaba un hombre joven que conocí en la iglesia, junto con sus tres hijas. Supe que necesitaban ayuda y me detuve, preguntándoles que pasaba. El hombre me dijo: “Cuando estaba llevando a las niñas a la escuela, de repente el carro se apagó. Cuando revisé el motor, me di cuenta de que el radiador necesitaba agua. Bajé a la quebrada, pero con está sequía, el arroyo está completamente seco. Y ahora no sé qué hacer”. En ese momento lo entendí todo. Dios me había guiado para ayudar a alguien en necesidad. Ahora no tengo dudas de que Dios cuida de cada detalle en nuestras vidas.
Definitivamente no estamos solos. Existe un Dios, que nos ama como Nuestro Padre que es, y que mira atentamente por nuestras necesidades. Él tan solo espera que lo tomemos en cuenta, pues su más grande deseo es hacernos felices. Dios si habla, cuando así se lo permitimos. Pidamos al comienzo de cada día, el poder escuchar su voz en las señales que veamos a nuestro alrededor, en las circunstancias que vivimos, y a través de esa intuición que muchos de nosotros habremos experimentado ante alguna situación en particular. No temas, pues no estás solo. ¡Que Dios te de un Feliz Día! Any Aular
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