El sufriento de Noemí

Hace muchos años, murió el único hijo de una mujer llamada Noemí.
Incapaz de soportar siquiera la idea de no volver a verlo, la mujer lloró durante muchos días implorando a Dios que le permitiera morir a ella también. Como no encontraba consuelo, empezó a correr de una persona a otra en busca de una medicina que le ayudara a seguir viviendo sin su hijo o, de lo contrario, a morir como él. Le dijeron que el sabio de aquella aldea la tenía. Noemí fue a verlo y le preguntó: -¿Puedes preparar una medicina que me sane este dolor o me mate para no sentirlo? -Conozco esa medicina -contestó el sabio-, pero para prepararla necesito ciertos ingredientes. -¿Qué ingredientes?-Preguntó la mujer.
-Lo más importante es un poco de sal y un poco de azúcar- dijo el anciano. -Ya mismo lo traigo- Dijo Noemí. Pero antes de que se marchara, añadió:
-Necesito que todo provenga de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente. La mujer asintió y, sin perder tiempo, recorrió el pueblo, casa por casa, pidiendo aquello. Sin embargo, en cada casa que visitaba le sucedía lo mismo. Todos estaban dispuestos a darle sal y azúcar, pero al preguntar si había muerto alguien, ella encontró que todos los hogares habían sido visitados por la muerte. En una vivienda había muerto una hija, en otra un sirviente, en otra el marido o alguno de los padres. Noemí no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo y fue a ver al sabio. Se arrodilló frente a él y le dijo: -Gracias... comprendí…
Es muy común entre nosotros, los seres humanos, pensar que el problema por el que estamos pasando es mucho más grande que el de cualquier otra persona. Con frecuencia, ante cualquier situación difícil, comenzamos a lamentarnos y a quejarnos alegando que nadie sufre como nosotros, que ninguna persona es tan desdichada y que sería casi imposible encontrar la salida… Pues estamos errados en todas estas consideraciones. No estamos solos en medio de nuestra aflicción, lo que sucede es que en medio del dolor tendemos a aislarnos y esa es nuestra falla. Busquemos a quienes nos rodean, pidamos ayuda, preguntemos, indaguemos sobre lo que nos está afectando y de esta forma encontraremos la salida y creceremos. ¡Que Dios te de un feliz Día!                              Any Aular 

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