Justo Antes De Chocar
Conducía
mi coche lentamente por la calle, con mi hijo Eric, de 12 años de edad, después
de haber asistido a la iglesia. Y de repente una lluvia de agua nieve comenzó a
caer. Pensé en regresar a casa, pero le había prometido a un amigo hacerle una
visita ese día, y nos estaba esperando con ansias. Este amigo vivía en Grimes
Hill, una urbanización que quedaba en Staten Island, Nueva York. Su casa
quedaba en la cima de la colina y el camino era empinado. En el momento en que
nos fuimos, ya el sol se había puesto, y no puedo negar que me sentía un poco
nerviosa. Mantenía mi pie en el freno, preparada para cualquier cosa. Entonces
llegamos a una intersección donde había otro carro parado. Al avanzar un poco
me aseguré de mantenerme a una distancia lo suficientemente grande y segura.
Pero de repente, no sé que pasó. Perdí el control del carro. De repente los
neumáticos perdieron su agarre y las ruedas comenzaron a girar. Dábamos vueltas
en ambas direcciones, y los frenos no respondían. De pronto el auto tomó la
dirección del automóvil que estaba parado, traté con todas mis fuerzas de girar
el volante hacia la derecha, pero nada pasó, nuestro carro iba directo, a toda
velocidad justo hacia el otro coche, nos íbamos a estrellar. Mi hijo y yo nos
abrazamos y lo único que alcancé a decir, justo antes del golpe fue: ¡Jesús! Y
BOOM, sentimos el impacto, hasta que paramos en seco. Miré a Eric para ver si
se encontraba bien. Él estaba asustado, pero bien. Afortunadamente, estábamos
usando nuestros cinturones de seguridad. Miré hacia el frente y vi a una mujer
que salía con cuidado su coche. Dios, por favor, que ella esté bien- supliqué-. Salí y le pregunté:
"¿Está bien?". "Yo iba a preguntar lo mismo", dijo. "¿Cuánto
daño le hice a tu coche?", le
pregunté. "¿Qué quieres decir? ¿Qué
choque?", dijo. Tal vez ella estaba
en shock. Yo sentí el impacto, después de todas las vueltas y sacudidas, y
sabía que el daño debía ser muy grande."Claro que chocamos", insistí.
Me acerqué a la parte delantera de mi
carro. Mi guardafangos estaba a menos de 1 centímetro de su parachoques
trasero. Me incliné para ver de cerca. No había ninguna abolladura, ni el más
mínimo arañazo. Nuestros coches no se habían tocado. ¿Cómo era esto posible? Entonces
me acordé de mi grito desesperado, antes de la colisión: ¡JESÚS! Ahora sé con
certeza que Él es la verdadera solución.
Ann Rayón Davis
Si tu vida está dando vueltas sin sentido en este
momento, y sientes que has perdido el control de la situación. Si nada de lo
que haces te funciona, y sientes que perdiste el norte, no pierdas la
esperanza. Si de repente las soluciones desaparecen, y te encuentras a punto de
“estrellarte”, Recuerda su nombre: ¡JESÚS! No desesperes, porque si hay una
respuesta, si hay una salida, y está más cerca de lo que imaginas: en tu propio
corazón. No temas pronunciar su nombre. Jesús desea que te acerques a él, no a
una religión, A ÉL, y le confíes tus más íntimos temores. Refúgiate en su
nombre y todo cambiará para ti. ¡Que Dios te de un Feliz Día! Any Aular.
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