EN MEDIO DE LA TORMENTA
La dosis para el cáncer que yo padecía era de diez minutos diarios de irradiación durante treinta días seguidos. Pero la enfermedad estaba tan avanzada que me irradiaron 14 minutos durante 49 días. Al final del tratamiento, yo era un esqueleto cubierto con piel. Mis pies parecían de plomo, y levantarlos era un tormento. Mi debilidad física era extrema, pero mi fuerza moral era admirable. Me propuse no llorar, sino sonreír. Y me repetía: “para un enemigo fuerte, una voluntad de hierro”. Y me parecía oír una voz en el cielo que le decía a mi alma: “Mantente animada, yo te ayudaré”. Sé muy bien que no es el sonreír lo que cura, pero estoy segura también de que la sonrisa es una demostración que ante el dolor nos presentamos como optimistas y no como pesimistas, y al sonreír damos paso a la fe, pues el corazón alegre es un buen remedio. Y es mediante esta conducta que se obtienen curaciones portentosas. Y, como en los cuentos de hadas, mi tragedia tuvo un final feliz. ¡Conseguí la curación de ese mal y ahora llevo ocho años y medio de salud y paz!
Por increíble que parezca, nuestra actitud obra maravillas en nuestras vidas y en los que nos rodean. Esta historia nos está diciendo a ti y a mí que solo existen dos formas de enfrentar nuestros problemas: siendo pesimistas, andar tristes y darnos por vencidos; o siendo optimistas, continuar con nuestros planes y confiar en que algo muy bueno está por sucedernos. Es impresionante como cambia todo si así lo queremos. Recordemos que la felicidad es una decisión. No dejes que la tristeza y la desesperanza por lo que nos está sucediendo embarguen nuestros corazones, llenándonos de amarguras y derrumbándonos por completo. Mientras estemos vivos, tenemos esperanza y tenemos la facultad de decidir cómo enfrentar las circunstancias que nos agobian. Así que decídete hoy a ser feliz y recibirás el regalo que solo Dios da a los que insisten en seguir adelante. ¡Que Dios te de un feliz día! Any Aular
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