Me Encanta Mi Pared

        “Un sábado, después de ir con Samantha, mi ahijada de diez años, a comer pizza, a pasear y a ver una película, la llevé al nuevo domicilio de su familia. Cuando dejamos la autopista para entrar en un camino de tierra que conducía a su casa, me dio un vuelco el corazón al ver que ella y sus padres  estaban viviendo en un viejo autobús escolar en medio de un campo. Mientras Samantha me enseñaba la casa de su familia, comencé a sentir pena de que esa niña, a la que quería tanto, se estuviera criando en un lugar tan destartalado. Me fije tristemente en las junturas oxidadas de las paredes  metálicas, las ventanas rotas y el techo con goteras y deseé rescatarla de esa lamentable situación. - ¿Quieres ver mi habitación? – me preguntó Samantha mirándome con sus grandes ojos castaños. – Pues sí – contesté vacilante. La niña me cogió de la mano y me condujo por una improvisada escalera que llevaba a un pequeño cuarto anexo que habían construido sobre el techo del autobús. Me estremecí al ver que la habitación estaba en las mismas condiciones que el resto, apenas habitable. Miré a mí alrededor  y vi  un elemento bastante simpático, un tapiz de vistosos colores que colgaba sobre el único sector de la habitación que se podía llamar pared. - ¿Qué te parece vivir aquí? – le pregunté, esperando una respuesta triste. Sorprendido vi que se le iluminaba el rostro. - ¡Me encanta mi pared! – contestó riendo. Me quedé atónito. No lo decía en broma. De verdad le gustaba su cuarto, por esa alegre y vistosa pared. Para ella era un trocito de cielo en medio del infierno, y prefería centrar la atención en eso. Era feliz.  Volví a mi casa impresionado, en un estado de reverente respeto. Esa niña de diez años veía la vida con ojos agradecidos, y eso lo cambiaba todo. Comencé a pensar en las cosas de mi vida de las que me había quejado. Caí en la cuenta de que al preocuparme por lo que no tenía, había dejado de ver lo que sí tenía. Al fijar mi atención en el metal oxidado, había pasado por alto hermosos tapices.”
       Es impresionante la enseñanza que este relato encierra. La actitud cándida y sincera de la pequeña nos hace reflexionar y despertar: ¿Cómo he vivido cada momento de mi vida?, ¿Cuáles han sido mis respuestas a muchas de las circunstancias?, ¿En qué forma miro lo que me acontece?, ¿Se convierte todo, para mí, en una tragedia? A tu alrededor hay hermosos tapices de los que no te has percatado.  ¡Que Dios te de un feliz día!   Any Aular

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