Tres Ángeles Leñadores
Corría el año de 1960. Mi esposa y yo, ambos con 18 años, ya teníamos un bebe. Había recibido un entrenamiento especial en el ejército, y justo para la época de Navidad, me pidieron que me trasladara a otra ciudad. Así que mi esposa y yo empacamos todo, y lo colocamos en un remolque que enganchamos a la camioneta, y empezamos el recorrido. Cuando salíamos de California, empezó a nevar, lo cual no es muy común por allí, y el cielo se oscureció. De repente la ventisca se hizo más fuerte y la nieve más abundante, de tal manera que se nos hacía cada vez más difícil avanzar. Así que mi esposa buscó en el mapa y encontró un sendero por la montaña por el cual nos ahorraríamos mucho tiempo. Pero las cosas no mejoraron. La nevada arreció de tal forma que las ruedas del carro comenzaron a deslizarse. De repente perdí el control, y los frenos no respondían. Mi esposa sujetó al bebé mientras ambos rogamos a Dios que nos ayudara. Finalmente el carro se detuvo y yo salí para revisar la condición del remolque. Mi corazón casi se detuvo cuando me di cuenta de que estábamos a la orilla del abismo. No se lo dije a mi esposa, solo le pedí que permaneciera en el auto mientras yo conseguía ayuda. A medida que caminaba por el sendero, no solo temblaba de frío, sino también de miedo. Habíamos recorrido cientos de kilómetros sin encontrar casas en los alrededores, así que estábamos solos, por lo que sabía que seria difícil encontrar auxilio. Pedí a Dios un milagro. Estaba tan desesperado que comencé a gritar y a pedir ayuda, y de repente escuché un canto. No lo podía creer. Pensé que estaba alucinando y volví a gritar, y de en medio de la nada aparecieron tres leñadores. Les conté desesperado lo que me pasaba y ellos me calmaron y fueron conmigo hasta la camioneta. Entré al carro y aquellos buenos hombres empezaron a empujar hasta que nos sacaron de allí. Mientras seguíamos andando, ellos se despidieron a lo lejos. Pocos minutos después encontramos nuevamente el camino principal, y la tormenta de nieve se disipó. Unas horas más tarde llegamos llenos de alegría y alivio a nuestro destino. Dios nos había salvado en medio de una tormenta. Por eso para mí la Navidad es mucho más que una celebración, es la certeza de que Dios no nos abandona, y de que siempre nos responderá.
Esta hermosa historia nos recuerda que a pesar de lo grande que nos parezca el problema, no debemos perder la esperanza. Dios está cerca de todo aquel que lo necesita. Así que no te desanimes, sigue caminando sin desmayar. No te des por vencido, aun cuando te encuentres a la orilla del abismo. Recuerda que Dios bendice a quienes no se rinden. No temas, la tormenta pronto se terminará y veras brillar el sol otra vez. ¡Feliz Día y Feliz Navidad! Any Aular
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