La luz que nos salvo

Era el día soleado y perfecto para navegar. Durante muchos años mi hija, Candi y yo habíamos navegado en canoa por diferentes ríos en diferentes partes del país. Pero ahora que estaba en la universidad y se le hacía muy difícil encontrar un tiempo libre para practicar nuestro deporte favorito. Ya habían pasado más de dos años, cuando Candi me informó que tenía un tiempo libre y me propuso aprovecharlo para navegar. Así fue que nos dirigimos a Río Amarillo en la península de la florida. Lo estábamos disfrutando,  pero no llevábamos ni media hora de recorrido cuando de re repente el  cielo comenzó a oscurecerse y los truenos a  sonar. De repente se desató una tormenta y muchos árboles de la orilla caían al río contra las rocas, forzándonos a maniobrar de forma muy brusca. La lluvia era tan fuerte que apenas podía ver a unos cuantos metros. Le grité a mi hija que debíamos encontrar una orilla donde aparcar, pues la canoa estaba por reventarse por el viento tan fuerte. En mi interior pedía desesperado la ayuda de Dios. Seguíamos luchando, pero cada vez que veía alguna orilla,  ya la habíamos pasado. De pronto un relámpago cayó cerca de la canoa e iluminó toda el área alrededor y nos dimos cuenta de una orilla que podíamos aprovechar unos metros más adelante. De pronto divisé a lo lejos la luz del porche de una casa,  cuyo jardín trasero daba con la orilla. Gracias a esa luz logramos salvarnos y cuando subimos la canoa a tierra,  la luz se apago.  Nos dirigimos hacia la casa en donde la dueña nos atendió con mucho cariño. Mientras nos conducía al interior de la casa para secarnos y atendernos, le di las gracias, diciendo, “No sé cómo hubiéramos hecho si la luz de su porche no hubiera estado encendida". "Pero eso no puede ser posible", dijo, "Esa luz ha estado apagada todo el día". Entonces comprendí que no había sido la luz de un bombillo la que nos había salvado, sino una luz divina. Dios acude a nosotros cuando más lo necesitamos. Robert Kramer, Leesburg, Florida, junio del 2000.
Ésta historia es realmente impresionante. Dios acude a nosotros en medio de nuestra mayor necesidad. Pero la gran pregunta es ¿Por qué esperar a que estuvieran a punto de caer al río? ¿Es que acaso Dios no tiene compasión? Claro que sí. Todos hemos pensado de esta manera. Todos hemos llegado a sentir que ya Dios no nos escucha, o que se olvidó de nosotros. Todos hemos llegado a sentir que ya no vale la pena seguir, y nos hemos tirado al abandono. Pero lo cierto es que las cosas no son así. Si ellos no hubieran llegado a estar en grave peligro, no hubieran visto el poder de Dios, después que salieron del río. No hubieran conocido el poder de Dios como aquel día. Dios no te está castigando. El siempre socorre y sostiene al quebrantado y al desamparado. Dios es amor, pero no podemos aspirar a entender la mente de Nuestro Padre Celestial, con nuestros razonamientos humanos. Si te encuentras al borde y sin salida, y tu canoa está a punto de voltearse, no te rindas, clama a Dios, y verás un milagro, como ellos lo vieron. Ánimo, persevera y serás levantado de en medio de las cenizas. ¡Que Dios te de un Feliz Día!                Any Aular

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