Consolada desde el cielo

Mi papá ya no estaba con nosotros. Hacía un año exactamente que, después de luchar contra una enfermedad maligna, se había ido. Era un hombre que irradiaba felicidad donde llegaba. Siempre con el ánimo arriba. Aún cuando su salud comenzó a fallar, estaba decidido y lleno de fe, en vivir el suficiente tiempo, para celebrar sus 50 años de matrimonio. Y en efecto así pasó. Después de eso, vivió dos años más y se fue. Su presencia entre nosotros era tan grande, que aún después de un año, todavía creo que en cualquier momento va a entrar a la casa, con su hermosa sonrisa. Hace unos días mamá me pidió que la acompañara a visitar la tumba, pero primero quería comprar algo especial para colocárselo. Así que fuimos a una tienda de regalos, y a mamá le encantó un globo en forma de corazón, con el dibujo del osito Teddy en él, y un mensaje que decía: Te amo mucho. Después de comprarlo, mamá escribió el nombre de papá en el globo y nos dirigimos al cementerio. Al llegar a su tumba, la limpiamos y ella se arrodilló para tratar de amarrar el globo allí. En eso estaba cuando de repente, un viento muy fuerte sopló, y le arrebató el globo de las manos, y salió volando hacia el cielo. Mamá dijo: “Me imagino que Dios nos quiere decir que tu padre está  allá arriba”. Dos días después, fui a visitarla, y para mi sorpresa, la encontré sonriendo. Asombrada le pregunté, qué le sucedía, y me dijo: “Esta mañana amanecí muy triste y le pedí a Dios que me consolara. Cuando bajé las escaleras, para desayunar, vi por la ventana que había algo atascado en medio de los arbustos del jardín. Así que salí para averiguar de qué se trataba. Cuando me acerqué, no lo podía creer, era el globo en forma de corazón, con el osito Teddy, y el mensaje de amor, con el nombre de tu padre que compré para dejar en la tumba. Ahora sé que el amor es de Dios y El nunca me dejará”.
Nunca estamos solos, pues las manos de Dios nos rodean. Cuando perdemos a alguien muy amado, creemos que ha desaparecido para siempre, pero no es así, aún viven allá en el cielo. Esta reflexión se la dedico con todo mi amor a la Sra. Carmen Cecilia Hernández. Alguien dijo: “La grandeza de una persona no se mide por el espacio que ocupa, sino por el vacío que deja cuando ya no está”. Este vacío es inmenso. Ella batalló con una valentía admirable una enfermedad, que si bien afectó su cuerpo, jamás disminuyó su alma. Era una persona extraordinaria, que solo regaba sonrisas y ánimo por donde quiera que pasaba. Hace unos días voló hacia el cielo, y ahora sé, leyendo ésta historia, que su recuerdo jamás se irá. La última vez que hablamos, yo estaba un poco enferma y ella nos visitó, y me regaló unas palabras que jamás olvidaré, y que ahora constituyen mi principal regla de vida. Ella dijo: “Any, sé que te sientes mal, pero aún estás viva, actúa como tal, y aprovecha cada día al máximo. Ni tú, ni yo habremos perdido jamás, si seguimos luchando. Tenemos un espacio que ocupar, no lo abandones, si el barco no se ha hundido”. A ella le estoy eternamente agradecida, y a Dios porque nos regaló su presencia durante muchos años. ¡Que Dios les regale Paz, Consuelo y Tranquilidad cada día!      Any Aular

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