Un Angel Inesperado

Me acomodé mejor en la silla, situada al lado de la cama, del hospital en el cual estaba mi esposo. Mike y yo, habíamos estado casados durante 31 años, y estaba hospitalizado debido a múltiples coágulos de sangre que se habían alojado en sus pulmones. Gracias a Dios lo peor había pasado, y sólo debíamos esperar. A pesar de esto, yo estaba hecha un manojo de nervios. Pasaba los días enteros en el hospital, y durante las noches en casa no podía conciliar el sueño. Además, por primera vez en mi vida, estaba sin su compañía. Nosotros somos de esas parejas que hacemos todo juntos. Durante el desayuno, hacemos los crucigramas juntos. Cada día vamos al gimnasio juntos, y nos montamos en las caminadoras, uno al lado del otro, escuchando la misma música. Y además vemos los mismos programas en la televisión. Mike era mi roca. Una noche, en el hospital, escuché el inconfundible sonido de las patas de un perrito caminando por el pasillo. Me asomé, y un hermoso y simpático perro se paró en sus dos patas traseras como pidiendo permiso para entrar. Un collar que colgaba de su cuello lo denominaba un perro de terapia ¿Podría un perrito de terapia ayudar a mi esposo? Lo dejé entrar, y comenzó a subirse a la cama. Pero, de repente, el perro se detuvo, caminó hacia mi silla, me miró a los ojos y empujó su cabeza suavemente hacia mi cintura, como pidiendo un abrazo. Puse mis brazos alrededor de él y enterré mi cara en su pelaje espeso y aterciopelado hasta que me sentí los latidos de su corazón. “Estoy aquí”, parecía decir. Todo mi cuerpo se relajó y mi estrés desapareció. Los nervios se disiparon, y una gran paz me inundó. El perro dejó que lo abrazara por todo el tiempo que quisiera. Cuando finalmente lo solté, puso su pata sobre mi rodilla y me miró, "¿Cómo sabía que yo era la que en realidad lo necesitaba?". Le acaricié el cuello llena de agradecimiento. Dios sabía cuánta falta me hacía ser reconfortada, y había usado a una de sus hermosas criaturas para llenarme de calma. Ahora contaba con la fuerza suficiente para esperar a que mi esposo se recuperara por completo, pues no estaba sola, Dios me rodeaba y eso era más que suficiente.
Ésta historia tan hermosa, nos reitera una vez más, que aún en medio de la tempestad más peligrosa, no estamos solos. Dios se vale de cualquier persona, circunstancia, e incluso de los animalitos y mascotas, para hacernos ver que su amor por nosotros no tiene límites. Así que no temas, ni caigas en la desesperación, pues él nunca te abandonará. No te rindas, pues aún cuando todo esté a punto de derrumbarse, Dios te enviará su ayuda oportuna. Tan sólo habla con Él y verás salir el sol otra vez, y las sonrisas regresarán a tu vida. ¡Que Dios te de un Feliz Día!     Any Aular 

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